lunes, 2 de abril de 2012

El ambiente somos nosotros


“La naturaleza no es solamente materia, es también espíritu. Si no fuera así, la razón humana seria la única fuente del espíritu. El gran mérito de Paracelso es haber subrayado la Luz de la naturaleza en forma primordial.” Paracélsica, Carl G. Jung


Una de las confusiones más comunes cuando se habla sobre Ambiente y Contaminación, reside en suponer que se trata de algo que sucede allá afuera.

Cuando en verdad el asunto comienza en nosotros mismos, puesto que somos los omnipotentes humanos quienes depredamos y envenenamos la naturaleza. Es así que todo el mundo espera que los problemas sean resueltos por especialistas, des-entendiéndose de su parte de responsabilidad. Así como la guerra comienza en el corazón de los hombres y es allí donde debe ser neutralizada, así podemos afirmar que la polución ambiental tiene sus orígenes en cada uno de nosotros.

Cada ciudadano que habita en cualquier centro urbano, genera cierta cantidad de basura, utiliza en la cocina y el baño todos los días abundantes litros de agua potable que es vertida luego como agua gris, en tanto la que se contamina con el orín, los excrementos y demás desechos tóxicos devienen aguas negras ; contribuye a la contaminación ambiental con gases del caño de escape de sus vehículos; produce ruido (otro contaminante ambiental) y también aporta elementos de violencia verbal y psíquica que no quedan registrados en estadística alguna.

Los problemas ambientales no pasan solo por el rubro de lo que emiten las industrias con sus efluvios tóxicos o el uso indiscriminado de fertilizantes químicos, herbicidas artificiales y pesticidas residuales en la producción rural de alimentos. Involucran también la ingestión de alimentos envasados sin valor nutritivo real o portadores de aditivos sintéticos nocivos, no olvidando el uso de hormonas, antibióticos y medicinas varias por parte de los criadores de ganado y aves para incentivar la producción. 

La gama de amenazas se extiende a la industria farmacéutica y a la dinámica recetadora de la medicina alopática que introduce en el cuerpo productos que socavan la potencialidad sanadora del mismo. Y ni hablar de los edulcorantes artificiales que componen las golosinas ingeridas vastamente por los niños.

Todo ello esta en relación directa con lo que se llama calidad de vida y no se enriquece plantando árboles en las plazas de la ciudad. Calidad que en nuestros países va en franco deterioro, sin que hayamos hablado siquiera del peligro que corren las especies vegetales y animales en vías de extinción, los cambios climáticos emanados de los grandes espejos artificiales de agua en los complejos de represas hidroeléctricas, o de la invisible amenaza de la radiación ionizante como resultado de la proliferación de plantas nucleares.

Pasada la temporada de verano puede verificarse en los lugares frecuentados por turistas desaprensivos, las latas, envases, plásticos descartables, fundas de polietileno y demás desechos no degradables que quedan abandonados. Tampoco hay conciencia en los transeúntes de nuestras metrópolis, que desparraman por la vía pública elementos de variadísimo carácter, ejemplo: envases no retornable de gaseosas. El humo negro de los transportes públicos o de camiones de reparto agrega detalles siniestros al arte de sobrevivir en la jungla urbana. El resto, son esas salidas furtivas de gente que se desprende de cosas, toxicas o no, arrojándolas por la noche en terrenos baldíos, o meramente en las esquinas poco iluminadas.

Recientemente, la Sociedad Latinoamericana de Parasitología denunció que hay más de dos millones de argentinos amenazados de muerte por los parásitos, a lo cual un especialista en cuestiones de salud social añadió que diariamente van a parar el Río de la Plata, sin tratamiento alguno, 4000 toneladas de materia fecal, y que los perros deponen por día otras 200 toneladas en las veredas del Gran Buenos Aires.

Respiramos mal, maltratamos nuestros cuerpos, comemos cosas que trastornan el normal funcionamiento de nuestro aparato digestivo; vivimos encerrados en cajas de cemento donde nuestros niños crecen casi sin contacto con el universo natural; aspiramos polvo, plomo de los caños de escape, amianto de las pastillas de freno. caucho del desgaste de los neumáticos, gases de la industria, humo de fumadores desaprensivos y, en definitiva, nos sumamos a la marcha alocada de la civilización rumbo a la auto-destrucción física y mental. Y no estamos hablando de la guerra siquiera.

El ambiente somos nosotros, no está en otro lugar. Y seremos víctimas de nosotros mismos mientras no nos re-eduquemos y eduquemos a la vez a nuestros descendientes según una dinámica ecológica responsable. Cuando decimos que Ecología viene de Oikos o morada, advertimos que chapoteamos en un infierno anti-natural. Tales son, resumidamente, los detalles de nuestra penosa existencia que confundimos con la vida decente. ¿Quién se da por aludido? De la respuesta pueden salir algunas pautas para modificar la realidad. Nada ni nadie nos obliga a suicidarnos, y somos cómplices por omisión.

ECOLOGIA VIVENCIAL, Monografía de Miguel Grinberg.



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