lunes, 14 de julio de 2014

El clamor de la tierra

Si solo por un momento
las alas de tus brazos abordaran mi espalda clamorosa,
bastaría para que mis llanuras, en las que pastan
tus vacas, tus ovejas,
no se desertificaran.

Si tus ojos se tocaran con los míos,
algunos de estos días en que la soledad
se cuela en mis desiertos,
sería suficiente para endulzar la lluvia ácida
que pronto desfoliará tus acelgas.

Si tus manos se acercaran a las mías
y escucharas mis quehaceres errabundos,
conseguirías romper la reacción en cadena
que destruye mis moléculas de ozono
en los gestos de rabia con los que me maldices.

Si solo por una vez atendieras en mí
los movimientos sísmicos con los que surjo
tratando de expresar
la permanente confrontación de mi ser
en la que me asfixias,
podrías parar la tala indiscriminada
de mis bosques maduros
y perdonarles la vida a mis águilas
y a mis lechuzas celosas de sus nidos
y con ellas perdonarías la vida
de todas las especies que me habitan
y te dan la vida.


(Rosa Machado en “El canto de la ballena”)

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